El poder de la autoestima
Después del post en el que expliqué grosso modo las dificultades por las que pasé este mes para definirme a mí misma, he llegado a algunas conclusiones a partir de que lo hablé con seres queridos, reflexioné al respecto, y leí el libro Elijo ser yo de Lucy Ibañez. Aquí expondré una de esas conclusiones, extendiendo el concepto para que todo el mundo pueda entenderlo y reflexionar.
La RAE define a la autoestima como “Valoración generalmente positiva de sí mismo.” [1], lo cual me parece muy simplista y ambiguo. Más adecuada me parece la definición que da la Wikipedia, que es “Conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamientos dirigidos hacia uno mismo, hacia nuestra manera de ser, y hacia los rasgos de nuestro cuerpo y nuestro carácter.” [2]. Es decir, la autoestima es la manera en que la que nos percibimos y evaluamos a nosotros mismos. Por más obvio que esto parezca, pienso que es necesario primero definirlo, para después poder partir de allí hacia algo más complejo.
Desde que tengo memoria —y mi mamá, que es lectora de este blog, no me dejará mentir— he tenido problemas muy serios con la necesidad de caerle bien a los demás. Sufría de bullying ya desde que iba a la primaria debido a que yo era “diferente”, y las condiciones de mi vida y mi entorno, que impidieron que yo pudiera desarrollar correctamente una identidad propia (en parte debido a que yo ya estaba consciente de que era trans), provocaron que yo prácticamente no tuviera personalidad, y entonces tenía que “copiar” las actitudes y formas de ser de los demás.
Entonces frecuentemente me juntaba con personas tóxicas que no aportaban nada a mi vida, y con las cuales se generaba una suerte de dependencia emocional, ya sea de ellas hacia mí o viceversa. Entonces mis amistades eran efímeras, superfluas y que, en la mayoría de los casos, terminaron mal. Prácticamente no tengo contacto con ninguno de mis amigos de secundaria, ni de preparatoria.
Sumemos también los prejuicios, transmitidos de mis padres hacia mí a través de los relatos religiosos de “ser homosexual es pecado” o “ser transexual es antinatural”, junto con las palabras peyorativas e insultos frecuentemente utilizados en casa. Entonces a los 15 años no tenía identidad propia, y encima me odiaba a mí misma porque ya no podía “tapar mi pecado”. Los prejuicios son desafortunadamente un veneno que nos ataca tan hasta el fondo que no nos damos cuenta de lo dañinos que son, cosa que a mí me afectó especialmente, ya que era prácticamente incapaz de aceptarme a mí misma porque mi propio veneno podía más.
Con el tiempo fui aprendiendo a aceptarme a mí misma, aunque es cierto que nunca logré hacerlo del todo. Todavía el año pasado ver a dos hombres o a dos mujeres de la mano o besándose me impactaba un poco, y frecuentemente misgendereaba involuntariamente a amig@s trans. Todos esos prejuicios y esa homofobia y transfobia interiorizadas me afectaron tanto que me costó mucho tiempo y esfuerzo rascarle hasta encontrar el fondo, la raíz.
Haciendo fast forward hacia el 2023, después de que salí del clóset en mi universidad, siempre me encontré con el dilema constante de cómo debería ser mi apariencia física para agradar a los demás, aunque yo no me había dado cuenta de ese pequeño detalle. Hacía unos meses antes había comenzado a seguir la filosofía del nihilismo optimista, por lo que ya había logrado en gran medida formarme una personalidad propia y auténtica, y desde entonces dejé de tener problemas con ello. Sin embargo, seguía el problema de mi apariencia física y mi voz, mis dos inseguridades más grandes.
En ese momento, dado que yo no tenía a nadie —y lo cierto es que tampoco me acerqué con nadie— que me pudiera guiar para encontrar un estilo propio, tuve que abrirme paso poco a poco e ir probando estilos distintos para ver cual me gustaba y cual no. El ir consiguiendo ropa y maquillaje con dinero que no tenía provocó que me endeudara, con lo cual todo empeoró, y que es algo de lo que recién me vengo recuperando. También entra en juego la situación de aceptación en mi carrera; los únicos compañeros que me aceptan son mis amigos, mientras que los demás me ven de una forma muy humillante y hablan mal de mí. Algunos profesores me aceptan y otros no, lo cual me parece menos relevante, y luego está mi familia, de la cual la única persona que me acepta es mi mamá. Todo esto fue armando una bola de nieve que, junto con más situaciones personales, provocaron que yo colapsara, y que casi arruinara una amistad que, por fortuna, pude salvar.
Cuando explotó la bola de nieve a finales de junio de este año, yo estaba totalmente exhausta. Durante varias noches literalmente no podía dormir porque mi mente se llenaba de inseguridad y miedo de “ahora cómo le voy a hacer regresando de las vacaciones de verano”. Entonces durante todo este mes de julio, además de dedicarme a mis blogs y a mi música, también he reflexionado, me he informado y he realizado autocríticas que me han ayudado mucho a superar esta situación.
Así, de las conclusiones a las que llegué, la que quiero compartir en esta entrada es que una de las razones por las que terminé en este quilombo es porque nunca me preocupé en aumentar o mejorar mi autoestima, dado que estaba demasiado ocupada tratando de complacer a los demás. Infinidad de veces se me ha repetido que nunca le voy a caer bien a todo el mundo, y que no debo intentar complacer a todos, pero esto ya era un vicio tan profundo que yo lo hacía prácticamente de manera inconsciente. Mucho tiempo mi mente se saturó de pensamientos de inseguridad, y no me daba cuenta de que todo era en parte porque yo tenía una necesidad enfermiza de que los demás me vieran como una mujer, cosa que nunca voy a lograr incluso si me hiciera cientos de cirugías estéticas, por el simple hecho de que la manera en la que los demás me perciben es culpa de ellos, y no mía.
Esto fue tan inconsciente que, a pesar de que yo ya repetía cosas como que “no me importa la opinión de los demás” o “no me interesa caerte bien”, yo seguía empecinada en hacer que los demás dijeran “ah, es una mujer” y no “ah, es un maricón” cuando me vieran. Me rompe por dentro y al mismo tiempo es un gran alivio haberme dado cuenta de esto, y entonces ahora me propuse ya no enfocarme en cómo me ve el resto del mundo, sino en cómo me veo yo. Decidí que, por primera vez, voy a trabjar en mi autoestima, y voy a aprender a amar mi cuerpo, amar mi voz, y amarme a mí.
Claro que siento miedo, soy un ser humano. Pero el valiente no es el que no tiene miedo, es el que tiene demasiado miedo, pero lo enfrenta y lo supera. Entonces me doy cuenta del poder tan grande que tiene la autoestima en nuestra vida, porque el estado de ésta es lo que va a determinar en gran medida nuestros pensamientos internos, nuestra forma de relacionarnos con el resto, y nuestro nivel de felicidad.
Yo soy partidaria de la idea “no trabajes duro, trabaja inteligente”, en el sentido positivo y ético de la expresión. Entonces, trabajaré en mi autoestima, y así la usaré de manera inteligente para poder enfrentar las miradas, los señalamientos, las risas, y los insultos que pudiera recibir a partir del 19 de agosto de este año. De este modo, lograré terminar de construir mi identidad, lograré estar orgullosa de quien soy y de lo que hago sin importar si los demás me ven como una mujer o como un maricón y, por primera vez, podré levantarme y no dejarme tirar de nuevo.